El cáncer (CA) es la segunda causa de muerte en el mundo; para 2018 se notificaron 8,8 millones de muertes por esta enfermedad. El de pulmón, colorrectal, estómago, hepático y mama, son los principales tipos de cáncer con mayor mortalidad en todo el mundo (Globan Cancer Observatory. 2018). La disminución en la calidad de vida, fuerza, capacidad aeróbica, disnea y fatiga son una de las manifestaciones más comunes del cáncer y sus tratamientos. Estos, aumentan la limitación y la discapacidad progresiva. Es por ello, que se ha sugerido el ejercicio como parte de la intervención terapéutica en el manejo del cáncer. De esta manera, los beneficios del ejercicio en el CA varían dependiendo del momento del tratamiento, tipo y estadio, como también de la actividad física (Pereira-Rodríguez J. et al. 2020).
El ejercicio físico en pacientes oncológicos, durante o a partir del trataminto terapéutico, previene la disminución de la función cardiovascular y cardiorrespiratoria, mejora la composición corporal, inmunológica, la fuerza muscular y flexibilidad, la imagen corporal, la autoestima y el estado de ánimo (Hojman P. et al. 2018). A nivel vascular, el ejercicio promueve el estrés de cizallamiento vascular y reduce el estrés oxidativo, lo que estimula la función endotelial. El entrenamiento en intervalos de alta intensidad (HIIT) es una propuesta que busca aumentar la intensidad del ejercicio a partir de incrementos sobre el esfuerzo con períodos de recuperación activa. Además, diferentes estudios (Toohey K. et al. 2018; Lee K. et al. 2018; Mugele H, 2018) han demostrado los beneficios positivos de este programa de entrenamiento en pacientes con cáncer, al punto que mejoran la función física, la calidad de vida y las actividades diarias. Así, el entrenamiento continuo de intensidad moderada (MICT, por sus siglas en inglés), ha mostrado beneficios, al igual que el HIIT, pero de una manera menos riesgosa, al tratarse de una intervención basada en ejercicio aeróbico a una intensidad moderada (Alansare A. et al. 2018; Tew GA. et al. 2019).
En un estudio realizado por Adamsen L. et al. con 269 pacientes con cáncer que realizaron ejercicio supervisado, se incluyó entrenamiento cardiovascular y de resistencia de alta intensidad, entrenamiento de relajación y conciencia corporal. Las sesiones tuvieron una duración de 9 horas semanales, durante 6 semanas, donde se determinó que la intervención redujo la fatiga y mejoró la vitalidad, capacidad aeróbica, fuerza muscular, actividad física y el bienestar emocional, pero no la calidad de vida. Al igual, Heinrich KM. et al. investigaron la viabilidad y eficacia de un programa de ejercicios en un grupo de entrenamiento funcional de alta intensidad en adultos sobrevivientes de cáncer, dentro de los 5 años del último tratamiento. Los hallazgos mostraron que hubo mejoras significativas para el estado emocional (p= 0,042) y la composición corporal (masa magra p= 0,008; masa grasa p= 0,001; porcentaje de grasa corporal p<0,001). Los participantes, también mejoraron significativamente en cinco de los siete movimientos funcionales: equilibrio (p= 0,032), portando un objeto ponderado (p= 0,004), fuerza y potencia de la parte inferior del cuerpo (p= 0,009), capacidad aeróbica y resistencia (p= 0,039), y flexibilidad (p= 0,012). Estos datos coinciden con nuestros resultados donde el HIIT mejoró todos los valores frente al MCIT y el grupo control.
Por otro lado, Schmitt J. et al. compararon los efectos de una rehabilitación multimodal de 3 semanas que incluyó entrenamiento supervisado por intervalos de alta intensidad (HIIT) en mujeres sobrevivientes de cáncer de mama con respecto a variables clave de acondicionamiento aeróbico, composición corporal, gasto de energía, fatiga relacionada con el cáncer y calidad de vida. Schulz SVW et al. evaluaron la viabilidad de una intervención de ejercicio que consistió en resistencia a intervalos de alta intensidad y entrenamiento de fuerza en 26 mujeres con cáncer de mama no metastásico. Se mostró una mejora en el pico de VO2 (12,0 ± 13,0 %) y el rendimiento de la fuerza (25,9 ± 11,2 %).
Ahora bien, los diferentes hallazgos expresados en la presente investigación también concuerdan claramente con el National Comprehensive Cancer Network Guidelines, quien señala que el ejercicio es uno de los tratamientos no farmacológicos más efectivos para la fatiga asociada al cáncer. Sin embargo, la inclusión de programas de ejercicio en las guías actuales de rehabilitación oncológica todavía no es estándar. Pero, resultados que he presentado de múltiples investigaciones oncológicas en revistas científicas indican claramente que esto debe considerarse. Y esto concuerda con los resultados de publicaciones de los países bajos (Kessels E. et al. 2018), Asia (Ling-Yun Zou et al. 2014), China (Yang B. et al. 2017) y otros (Repka CP. et al. 2018; Kelley G. et al. 2017; Bourke L. et al. 2014; Bourke L. et al. 2011).
Dicho todo lo anterior, el entrenamiento HIIT se mostró seguro y beneficioso para las mujeres con cáncer de mama en estadio II. Mejoró la tolerancia al ejercicio, la fuerza, vo2, MET, y sobre todo, la fatiga asociada al cáncer y la calidad de vida de las pacientes. De hecho, fue posible demostrar mayores beneficios en las pacientes que recibieron HIIT en comparación con el grupo MICT y el grupo control. No obstante, el grupo de entrenamiento MICT también presentó diferencias significativas en todas las variables evaluadas. El grupo control de atención habitual sin entrenamiento físico ni ejercicio supervisado no presentó cambios significativos ni mejoras en la fatiga asociada al cáncer de mama.
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